Le gustaba llevarme la mochila cargada de palabras. Sabía que sin los libros la espuma de las olas sería invisible.
Nos gustaba ir al
mismo pueblo año tras año.
Me gustaba sentarme
a su lado y sumergirme en las páginas que la brisa de la mañana cubría de sal y
de arena, de sombras de gaviotas y de una sensación de plenitud única.
El mar era sinónimo
de silencio y de lecturas, de horas de un reloj de arena sin tiempo. Horas
cuando aún dormía el pueblo o cuando ya no quedaba nadie.
Meses antes del viaje, él ya me tenía preparados los libros que
le había pedido. Era el único momento en el que leía en mi lengua materna. Un
momento mágico si se combinaba con su compañía y con el mar. Solía leer lo que no
leo aquí donde está mi vida fuera de las vacaciones. Y él se encargaba de
buscarlos y dejármelos apilados en la habitación que me vio crecer.
Pocos de estos libros han viajado conmigo a España. Me
gustaba la idea de tener dos bibliotecas, dos tiempos paralelos que convivían a
la perfección hasta hace cuatro años.
Pero me traje el último libro que me regaló, sin saber que ya
no iba a haber más viajes. Consiguió una edición especial, que a la hora de
embarcar me dijeron que no podía ir en mi equipaje de mano por exceso de peso. Y
como el dinero no pesa no hubo más inconvenientes aéreos.
También viajó con él en su último viaje el libro que yo le
regalé y que no le dio tiempo a acabar. Lo único que viajó con él. Al igual que
con mi abuela viajaron sus gafas, que la pobre tanto necesitó en vida.
No deposité yo el libro en su ataúd. Se lo pedí a mi madre,
porque no quería volver a despedirme de él. Ya lo había hecho el 26 de junio, a
las seis de la tarde, después de casi dos meses en el hospital.
Es una de las razones por las que no quiero leer hasta el
final el libro que él me regaló. Una de
las razones por las que el mar sigue dentro de mí y cada verano sale por mis
ojos. Una de las razones por las que no hay olas sin espuma.
No son necesarios ni títulos de libros ni nombres de
pueblos costeros. Todos los llevamos por dentro y cuando los compartimos es
cuando realmente estamos bien.
Marieta Pancheva
No puedo contener las lagrimas. Sera el texto, seran mis propias despedidas, sera el recuerdo
ResponderEliminarSerán tus propias despedidas y el recuerdo.
ResponderEliminarGracias por tus palabras.
Compartir es aligerar.
ResponderEliminarReflexivo texto.
Saludos
Gracias por compartir, Verónica.
EliminarUn abrazo.